Cuando se me ocurrió la idea de escribir sobre el pasado de Little Lonsdale Street, no sabía que esta calle había sido centro de los bajos fondos (zona marginal) en el Melbourne de finales del siglo XIX. El museo de Melbourne recoge una gran muestra de piezas arqueológicas encontradas en las excavaciones hechas en esta calle, además de varias reproducciones de unas casas del siglo XIX (utilizo algunos de estos objetos en el cuento y también las fotos de estas casas). Espero que el cuento sirva para despertar la curiosidad sobre la historia de Melbourne y, en particular, de esta curiosa calle.
When I came up with the idea of writing about the history of Little Lonsdale Street, I didn’t know that this street had been the centre of the underworld (a poor area) in Melbourne at the end of the nineteenth century. The Melbourne Museum holds a large collection of archaeological pieces found in the excavations carried out on this street, as well as several reproductions of nineteenth century houses (I use some of these objects in the story and also the photos of these houses). I hope that this tale serves to awaken curiosity about the history of Melbourne and, in particular, of this curious street.
Querida Julia,
hace tiempo que llevo pensando en escribirte para contarte mi último viaje que, por excepcional, no he tenido el valor de contárselo a nadie. Ya sabemos que en la vida hay experiencias que pueden escandalizar, conmover, impresionar, aburrir, motivar, divertir… y también que la realidad puede superar a veces la ficción; la que aquí te traigo no te va a dejar indiferente, tampoco espero que me creas pues no es verosímil, solo te pido que me escuches, bueno, que me leas sin juzgarme.
Ya sabes que llevo 3 años estudiando español en la escuela de El Patio, esta está situada en Little Lonsdale Street, en el centro comercial de Melbourne, muy cerca del barrio chino. Mi clase tiene lugar los miércoles a las diez de la mañana y salgo de clase a las once y media. Normalmente, después de salir de clase suelo tomar un café en QV Melbourne; una vez en la calle, giro a la derecha hacia Russell Street. Esa es mi rutina y eso es lo que me disponía a hacer el miércoles 11 de abril, sin embargo, algo extraordinario me sucedió ese día.
Había amanecido soleado y hacía calor para esta época del año. El buen ánimo se notaba en los habitantes de la ciudad. La clase había transcurrido con normalidad, quizá con un poquito más de excitación que de costumbre porque la profesora había anunciado que íbamos a estudiar por vez primera el subjuntivo. Al terminar la misma, bajé las escaleras y en el rellano de la entrada se me calló el móvil por otras escaleras que van a dar a una puerta de salida en la parte lateral del edificio. En un momento de curiosidad se me ocurrió abrirla para ver qué había al otro lado, di un paso al frente y de pronto, como si el mago[1]Houdini me hubiera hecho desaparecer, me encontré en una calle que poco o nada tenía que ver con el callejón de Davisons Place de hoy en día. Muerta de espanto y curiosidad, me adentré con cautela hacia el interior del mismo, hasta que una niña desarrapada, descalza, sucia, con la cara llena de hollín, dio un grito al verme. Me escondí como pude detrás de lo que parecía un viejo almacén; desde allí, tenía una posición más cómoda y pude observar sin ser vista.
Aunque el terror se me había agarrado a la garganta y el miedo me mandaba desandar los pasos y volver a la puerta por la que había salido, o al menos intentarlo, supe de inmediato que algo inexplicable me estaba sucediendo y, ya metida en ello, no quería dejar de descubrir lo que era. En esto me debatía cuando oí el ruido de más niños que jugaban en la calle, todos vestidos de la misma guisa que la de la niña que se asustó al verme solo unos minutos antes. Me llamó la atención la diversidad de los mismos, pues había entre ellos morenitos mediterráneos, orientales, seguramente de la China, pelirrojos y rubios, en esto al menos se parecía a la ciudad de hoy. Lo verdaderamente extraño era la falta de ruido de tráfico, el olor a letrina que impregnaba el aire, la suciedad de las calles y el aspecto tan ruinoso de las casas, además del tamaño de las mismas. Era como si la realidad se hubiera convertido en una película en blanco y negro, como si el hollín de la cara de los niños pintara el paisaje que tenía delante de mí, como si a la calle de Little Lonsdale se le hubiera maquillado de vieja fotografía de color sepia.
Supe que si quería explorar el territorio, tenía que encontrar la forma de pasar inadvertida. Eché un rápido vistazo por el callejón y vi lo que era la parte de atrás de una serie de pequeñas casas; una de ellas tenía la puerta trasera abierta y, con total indiscreción y a riesgo de ser descubierta, me adentré en la misma. Del tendedero colgaban una especie de trapos de entre los que pude distinguir un vestido de aspecto andrajoso, con jirones en sus costuras y deshilachados en los bordes de las mangas. Sin pensarlo dos veces, me lo encajé como pude, al menos tenía el largo suficiente para cubrir mis pantalones vaqueros. No puedo decir con seguridad qué aspecto tenía porque no había espejos para comprobarlo, pero creo que el vestido debía de ser de una mujer más o menos de mi talla. Al lado de la puerta estaba el servicio que consistía en una tabla cruzada de pared a pared con un agujero en el centro y, debajo de él, un cubo metálico con dos asas. En la casa parecía no haber nadie, miré por uno de los cristales, y por lo poco que pude entrever, a causa de la suciedad de los mismos y a la oscuridad en su interior, tanto los muebles como la decoración eran de una pobreza digna del Londres de la era de Dickens. Tomé valor y me introduje en ella con sumo cuidado para no chocarme con los muebles que allí había, pues apenas quedaba espacio para moverse. Recordé que tenía mi teléfono, lo saqué y tomé unas cuantas fotos que aquí te dejo, para que veas que mi experiencia fue tan real como te la estoy contando.
[1] Harry Houdini ilusionista y escapista austrohúngaro (1874-1926).
Dear Julia,
For a while now I’ve been thinking of writing to you to tell you about my last trip that, for once, I haven’t had the courage to tell anyone about. We all know that in life there are experiences that scandalize, move, impress, bore, motivate, amuse ... and also that reality can sometimes be stranger than fiction. The fiction I present you with here will surprise you, and I don’t expect you to believe me, as it isn’t believable. All I ask is for you to listen to me, well, read what I have to say, without judging me.
As you know, I've been studying Spanish for 3 years at El Patio Spanish Language School on Little Lonsdale Street in Melbourne CBD, very close to Chinatown. My class is on Wednesdays at 10am and I finish class at 11:30am. Normally, after class I usually have a coffee at QV Melbourne. Once I’m down on the street, I turn right onto Russell Street. That's my routine and that's what I was preparing to do on Wednesday, April 11. However, something extraordinary happened to me that day.
The day had started out sunny, it was hot for this time of year, and you could sense that the people in town were in a good mood. The class had gone as normal, perhaps with a little more excitement than usual because the teacher had announced that we were going to study the subjunctive for the first time. At the end of class, I went downstairs. On the landing at the entrance I dropped my mobile and it fell down another set of stairs leading to an exit door to one side of the building. Taken by curiosity, it occurred to me to open it to see what was on the other side. I stepped forward and suddenly, as if [1]Houdini the magician had made me vanish, I found myself in a street that had little or nothing to do with the laneway, Davisons Place, of today. Shocked with horror and curiosity, I went cautiously inside where a ragged, barefoot, dirty girl, with a face full of soot took one look at me and screamed. I hid as I best could behind what looked like an old warehouse. From there, I had a more comfortable position and I could observe without being seen.
Although terror had taken me by the throat and fear was telling me to retrace my steps and go back through the door I had come in by, or at least to try to do so, I knew immediately that something inexplicable was happening to me and, now that I was in the thick of it, I wanted to discover what it was. I was struggling with this dilemma when I heard the noise of more children playing in the street, all dressed in the same way as the girl who had gotten a fright to see me just a few minutes before. I was struck by the diversity of the children, for there were among them dark-skinned Mediterranean children, Asian children, probably from China, redheads and kids with blond hair. At least in this way things resembled the city of today. What was truly strange was the lack of traffic noise, the smell of sewage that permeated the air, the filth of the streets and the dilapidated appearance of the houses. Also strange was the size of the houses. It was as if reality had turned into a black and white film, as if the soot on the children's faces painted a landscape before me, as if the street of Little Lon had been disguised, made up as an old sepia-coloured photograph.
I knew that if I wanted to explore the terrain, I had to find a way to go unnoticed. I took a quick look down the laneway and saw what looked like the back of a row of small houses. The back door of one of them was open and, with total indiscretion and at risk of being discovered, I went in. From the clothesline hung various kinds of rags, amongst which I could make out a ragged-looking dress, tattered at the seams and with frayed edges at the sleeves. Without a second thought, I squeezed myself into it as best I could – at least it was long enough to cover my jeans. I can’t say for sure what it looked like because there weren’t any mirrors to see it in, but I think the dress must have belonged to a woman who was more-or-less my size. Beside the door was a toilet made of a board in the shape of a cross, fitted wall-to-wall with a hole in the middle and underneath it, a metal bucket with two handles. There didn’t seem to be anyone in the house. I looked through one of the windows, and all I could make out – due to the dirtiness of the windows and the darkness inside – was that it seemed that both the furniture and the decor were in a similar state of poverty to London in the time of Dickens. I mustered my courage and went into the house with great care so as not to bump into any of the furniture, as there was barely space to move. I remembered that I had my phone. I took it out and I took a few photos that I include here, so you can see that my experience was just as real as what I am telling you.
[1] Harry Houdini – illusionist and Austrohungarian escape artist (1874-1926).
Fotos tomadas en el Museo de Melbourne, donde hay una parte dedicada a Little Lon.
Photos taken in the Melbourne Museum, where there is a section dedicated to Little Lon.
Una vez recorrida la casa y con la fortuna de no haber sido descubierta, salí de nuevo por el pequeño patio trasero y, de esta suerte, con un aspecto más acorde al desaliño general, me dirigí a Little Lon.
Fue el ruido de las ruedas del carruaje de caballos sobre los adoquines lo que me salvó de ser atropellada. El cochero me interpeló de esta forma: [1]¡Mira por dónde pisas, mujer! Una vez cruzada la calle pude reconocer la parte de detrás de la iglesia gótica de[2]Wesley, pero hasta allí llegaba mi reconocimiento, ya que todo lo que había a su alrededor en nada tenía que ver con el tramo de calle de hoy día. En ese momento salía de una de las casitas de piedra azul, situada a la izquierda de la iglesia, una mujer con una especie de pañuelo a la cabeza y un vestido que pude reconocer en el mío.
Al ver a los niños, salió tras uno de ellos y, una vez alcanzado, se lo puso en el regazo como si de un saco de patatas se tratase. El niño pataleaba y daba gritos, y en un momento en el que la mujer se paró para arreglar la carga, aproveché para acercarme y preguntarle si sabía cómo se llamaba la calle, con la excusa de que andaba perdida. Me miró con desconfianza, no creyéndose muy bien que la que tenía delante fuera una mujer real y no un alien, pues mi pelo limpio y suelto, así como mi mochila y mis zapatillas de deporte me delataban. De mala gana y con un acento apenas inteligible, me dijo que Little Lon, preguntándome a continuación si era de[3]Sídney. Le di las gracias y me adentré por la parte de detrás de la iglesia hacia su puerta principal que está en la calle Lonsdale. En el lateral de la iglesia había una gran olla donde se servía una especie de caldo sucio a una formación humana con aspecto mendicante, todo en esta multitud exudaba hambre, podredumbre y pestilencia. Me detuve a tiempo para intentar pasar inadvertida, cosa que cada vez veía más difícil. Me acuclillé en un rellano lateral y vi en el suelo, disimulado entre la inmundicia que allí había, un periódico irreconocible. De un vistazo pude ver que se trataba del[4]The Australasian, con fecha del sábado 8 de abril de 1893. En la página 20 me llamó la atención la siguiente noticia: “La suspensión de pagos por el Banco Comercial es un suceso que debe causar profundo pesar y ansiedad tanto en esta colonia como en otras partes de Australia”.
[1] “Captain Cook at the frog ‘n’ toad, woman”!. Captain Cook=look, Frog and toad= road.
[2] wesleychurchmelbourne.org.au
[3] Me preguntó: “Arya from Steak ‘n’ Kidney?”= Sydney
After making exploring the house, luckily without having been discovered, I left once again via the small backyard and, so, with an appearance of general dishevelment, I made my way to Little Lon.
It was the noise of the wheels of the horse-drawn carriage on the cobblestones that saved me from being run over. The coachman got my attention: [1]“Captain Cook at the frog ‘n’ toad, woman!” (look at the road, woman!). After crossing the street I recognised the back part of [2]Wesley Gothic church, but that’s all I could recognise, since nothing around at all resembled that stretch of the street as it is today. At that moment, leaving one of the bluestone houses, to the left of the church, was a woman with a kind of scarf on her head. I noticed that her dress looked like mine.
As soon as she saw the children in the street, she ran after one of them and, once she’d caught up with him, she threw him across her lap as if he were a sack of potatoes. The boy kicked and shouted. As the woman stood to rearrange him, I took the opportunity to approach her and ask her if she knew what the street was called, using the excuse that I was lost. She looked at me suspiciously, not entirely believing that the person in front of her was a real woman and not an alien, due to my clean, untied hair, as well as my backpack and my sneakers that also gave me away. Reluctantly and with a barely intelligible accent, she told me “Little Lon”, and asked me [3]“Arya from Steak ‘n’ Kidney?” (are you from Sydney?). I thanked her and went through the back of the church towards the front door on Lonsdale Street. Next to the church was a large pot with a sort of dirty broth being served to a gathering of folk who looked like beggars. Everything about this crowd exuded hunger, rot and pestilence. I stopped just in time to go unnoticed – something that was becoming increasingly difficult for me. I squatted on the landing to one side and on the floor I saw, hidden in the filth, a newspaper I couldn’t recognise. At a glance, I could see that it was [4]The Australasian, dated Saturday, April 8, 1893. On page 20 I was struck by the following news story: "The suspension of payments by the Commercial Bank is an event that must cause profound Regret and anxiety both in this colony and in other parts of Australia."
[1] “Captain Cook at the frog ‘n’ toad, woman”!. Captain Cook=look, Frog and toad= road.
[2] wesleychurchmelbourne.org.au
[3] She asked me: “Arya from Steak ‘n’ Kidney?”= Sydney
“The 1893 banking crisis occurred in Australia when several of the commercial banks of the colonies within Australia collapsed”.
https://en.wikipedia.org/wiki/Australian_banking_crisis_of_1893
Ya no me cabía ninguna duda de que, como por arte de magia, había viajado al pasado más de un siglo, exactamente 124 años. La sensación que tuve en ese momento fue de vértigo, como si hubiera sido centrifugada en una espiral galáctica, succionada por un agujero negro, escupida al otro lado del espejo de Alicia. Y también por arte del[1]birlibirloque me acababa de desaparecer mi mochila con mis llaves de casa, monedero y libros de español, por suerte conservaba mi teléfono móvil en el bolsillo trasero de mis pantalones vaqueros, me metí la mano disimuladamente por debajo del faldón que llevaba y lo saqué; no tenía conexión, pero al menos me estaba sirviendo para dejar constancia de este sinsentido e inexplicable viaje al pasado. Pensé que ahora tenía la ventaja de que sin mochila, descalza y despeinada, pasaría desapercibida. Guardé mis zapatillas entre las hojas del periódico, me alboroté el cabello y me dispuse a averiguar más sobre este mundo. Quizás, después de todo, los universos paralelos existiesen. Volví de nuevo sobre mis pasos a Little Lon, esta vez hacia Exhibition Street. Apenas podía reconocer la calle que tantas veces había recorrido, -muy pocos edificios de aquella época están todavía en pie -. La mayoría era casitas de piedra azul, de madera, alguna que otra de ladrillo, unas cuantas factorías o talleres, bastantes bares y otros edificios de dudosa reputación. Reconocí lo que fue en su día fue una de las[2]sinagogas más antiguas de Melbourne, pero en la puerta rezaba el cartel de “Salvation Army”, y en sus alrededores, igual que anteriormente en la puerta de la iglesia, pululaban mujeres con niños en sus regazos, hombres mal vestidos y peor encarados, jóvenes con aspecto de[3]chulos que llevaban en la comisura de sus labios curiosas pipas blancas y en la cabeza gorras caladas hasta las orejas.
[1] Arte de birlar, hurtar o estafar de repente, con sorpresa o maestría.
[2] Hoy en día hay un conocido bar/restaurante que alberga en su jardín un árbol de hace 150 años. vhd.heritagecouncil.vic.gov.au/places/747
[3] Con el sentido australiano de “larrikin”
I no longer had any doubt that, as if by magic, I had travelled more than a century into the past – 124 years into the past to be precise. The sensation I had at that moment was of vertigo, as if I had been spun in a galactic spiral, sucked up by a black hole, and spat out on the other side of Alice's mirror. And also, as if by magic [1](por arte del birlibirloque), my backpack with my house keys, purse and Spanish books had just disappeared. Luckily, I kept my mobile in the back pocket of my jeans. I slipped my hand under the skirt I was wearing and took it out; there was no coverage, but at least it gave me a sense of normality in this nonsensical and inexplicable journey into the past. Now, I thought, without a backpack, barefoot and dishevelled, I had the opportunity to go unnoticed. I hid my sneakers in the pages of the newspaper, ruffled my hair and set out to find out more about this world. Maybe parallel universes did exist after all. I once again retraced my steps to Little Lon, this time heading towards Exhibition Street. I could hardly recognize the street that I had walked along so many times before – very few buildings are still standing from that time. Most were houses made of bluestone, wood, a few here and there of brick, there were a few factories or workshops, quite a few bars and other buildings of dubious reputation. I recognized what was in its day one of the oldest [2]synagogues in Melbourne, but on its door hung a sign for the "Salvation Army". Around it, just like at the door of the church, were women with children in their laps, poorly dressed men with even poorer looking faces and [3]larrakins who looked like pimps, with odd white pipes at the corners of their mouths and, on their heads, caps pulled down to the ears.
[1] El birlibirloque: the art of stealing, making off with or swindling suddently, by surprise or with great skill.
[2] Today there is a well known bar / restaurant with a tree in its garden that dates back 150 years. vhd.heritagecouncil.vic.gov.au/places/747
[3] In the Australian sense of “larrikin”
Aunque mi aspecto se había deteriorado notablemente de tal forma que podía pasar por mujer pobre de finales del XIX, todavía era recipiente de alguna mirada que otra. Al llegar a la esquina de Lt Lon y Exhibition, vi lo que parecía ser un gendarme y volví a desandar de nuevo el camino para evitar un encuentro a todas luces inoportuno. Ahora me fijé mejor en lo que había en la acera de enfrente de la sinagoga y de la iglesia, la visión de los dos hoteles fue de instantáneo reconocimiento, ya que ambos edificios todavía existen en el año de donde venía: uno,[1]el “Exploration Hotel” en los números 116-118 de Lt Lon, de estilo victoriano temprano; el otro, el “Leitrim Hotel”, del año 1888, según reza en la fachada. Ambos estaban abiertos y de sus puertas salían y entraban una marabunta de individuos, la mayoría de ellos en grave estado de embriaguez.
Disimulé lo que pude escondiéndome detrás de una de las pocas farolas que había a la vista; tenía muy presente el peligro que corría si llamaba la atención de uno de esos brutos y pudiera confundirme con una de las mujeres que abiertamente se dedicaban a la prostitución a estas horas del día. De pronto vi un pasquín pegado a la farola que me protegía en el que se anunciaba el tratamiento para la adicción al opio y al alcohol, lo que certificaba que me encontraba en una calle un tanto peculiar.
[1] Hoy en día, si se pasa por al lado de este edificio, se puede observar la vida cotidiana de la familia que allí reside, esto es posible gracias al gran escaparate, sin ningún tipo cortina o persiana, que tienen como fachada exterior.
Although my appearance had deteriorated markedly to the point that I could now pass for a poor woman of the late nineteenth century, I still received an odd look here and there. When I reached the corner of Little Lon and Exhibition, I saw what looked like a policeman, and went back down the road again to avoid what like might be an inopportune encounter. Now I took a closer look at what was on the other side of the road in front of the synagogue and the church. Looking at the two hotels, I recognised them at once, since both buildings still exist in the year I came from: one, the early Victorian style [1]"Exploration Hotel", at 116-118 Little Lon; the other, the "Leitrim Hotel", dated from 1888, according to the façade. Both were open and in and out through the doors passed a horde of individuals, most of them in a serious state of intoxication.
I concealed myself as much as I could, hiding behind one of the few lampposts in sight; I was keenly aware of the danger I was in if I caught the attention of one of those brutes and was mistaken for one of the women who openly engaged in prostitution at this time of day. Suddenly I saw a poster glued to the streetlight that hid me. It announced the treatment of opium and alcohol addiction, making it clear that I was in a somewhat peculiar street.
[1] Today, if you go down the side of this building, you can observe the daily life of the family that lives there. This is possible thanks to the large display window they have as the outside façade, without any kind of curtain or blind.
Cartel de publicidad encontrado en el periódico Melbourne Punch, pág. 16 del día 5 de enero de 1893.
Advertisment found in the Melbourne Punch newspaper, page 16, January 5 1893, Melbourne Punch, p. 16 Thu 5 Jan 1893. Fuente: http://trove.nla.gov.au/newspaper/article/174635112/20428529
Quedé paralizada ante la duda de cómo proseguir en mi aventura, ya que si me quedaba merodeando por la zona corría el riesgo de que alguien me descubriera, y no quería ni imaginar las consecuencias que eso me podría acarrear. Lo más lógico es que intentara encontrar la puerta de regreso al futuro y descubrir si todavía podía volver a casa; pero ahora que había viajado en el tiempo, no quería desaprovechar la oportunidad de conocer la vida en Melbourne de finales del siglo XIX, o al menos de esta calle tan especial.
A paso ligero, me dirigí de nuevo hacia la calle Exhibición, la crucé esquivando los pocos carruajes que había, la mayoría de caballos, y seguí por Little Lon hasta llegar a la Plaza de Casselden; del edificio número 4 salían unas mujeres que más que maquilladas iban[1]pintarrajeadas y, sin pensarlo dos veces, me adentré en el mismo. Caí inmediatamente en la cuenta de que estaba en una casa de prostituidas. Una de las mujeres que por allí pululaba, quizá la que aparentaba mayor edad, se fijó en mí y me interpeló: -[2]¿Está buscando trabajo, señorita?, le contesté que sí para evitar levantar sospechas. Enseguida me pidió que la acompañara y me metió en una habitación minúscula, en la cual había una especie de camastro de paja y, encima de un mueble palanganero de madera y metal, una palangana y junto a ella un jarrón de agua. Las paredes, de madera vieja al igual que el suelo y el techo, mostraban grandes ranuras entre los tableros, de los se podía vislumbrar grandes telarañas. En una pequeña mesilla estaba una lámpara de gas y una vela consumida directamente encima de la madera. Me dijo que este sería mi cuarto pero que el trabajo se hacía en la calle, y que ella era la encargada de este burdel, el más barato de los que regentaba[3]Madame Brussels, pero que con mi aspecto en este iba bien servida.
[1] Pintarrajear: pintar o maquillar en exceso a alguien.
[2] Ar’ya lookin’ for a job, miss?
I was paralysed by doubt as to whether to continue with my adventure, since if I lingered around the area I ran the risk of someone discovering me, and I didn’t dare imagine the consequences of what that might lead to. The most logical thing was to try to find the door to the future and find out if I could still go home. But seeing as I had travelled in time, I didn’t want to miss the opportunity to experience life in late nineteenth century Melbourne, or at least the life of this very special street.
At a brisk pace, I made my way back down to Exhibition Street, crossing it, dodging the few carriages that were there – most of them horse-drawn – and continuing along Little Lon to Casselden Square. Out of Number 4 came some women – it was more like they were daubed in paint [1](pintarrajeadas) than wearing makeup. Without a second thought, I entered the building. Immediately, I realized that I was in a brothel. One of the women who swarmed around, who perhaps looked older than the others, looked at me and asked: [2]"Ar’ya lookin’ for a job, miss?” I said that I was, to avoid raising suspicion. At once she asked me to accompany her and she put me in a tiny room. There was a kind of straw bale there and, on top of a washing rack made of wood and metal, a washing basin with a jug for water. The walls, made out of old wood just like the floor and the ceiling, had large gaps between each board, through which you could glimpse enormous cobwebs. On a small bedside table was a gas lamp and a candle affixed directly to the wood. She told me that this would be my room but that the work was done in the street, and that she was in charge of this brothel, the cheapest of those that [3]Madame Brussels ran, but with my appearance this would suit me well.
[1] Pintarrajear: to excessively paint or make up someone
[2] Ar’ya lookin’ for a job, miss?
[3] madamebrusselslane.com.au/home/story/
Hoy en día Melbourne tiene un callejón dedicado a la dueña del mayor negocio de prostíbulos de finales del siglo XIX, todos ellos se encontraban entre las calles de Little Lonsdale, Spring Street y Lonsdale.
Today Melbourne has a laneway dedicated to the owner of the largest business of brothels of the end of the 19th century, all of which were found in between Little Lonsdale, Spring Street and Lonsdale street.
Me explicó que ella era también la encargada de cobrar a mis clientes y que, a cambio, se me entregaría una parte de la que se me descontaría la habitación. A ese descuento se le incluiría el costo de un par de botines de cordones que me iba a alquilar hasta que pudiera comprarme unos propios. Y así, con premura, me mandó que me fuera a[1]hacer la calle ya que no había tiempo que perder, no sin antes darme una especie de [2]dispositivo anular, hecho de hueso, similar a los diafragmas de hoy en día, para que me lo introdujera en la vagina. Este también me sería descontado de mi salario, por supuesto.
Salí en cuanto pude sin la menor intención de volver a poner pie en el lupanar, dejando tras de mí el dispositivo y los botines. Crucé la calle, ahora sí que estaba decidida a volver a la puerta que, con un poco de suerte, me devolvería a mi tiempo. Iba rápidamente y, a la vez, con mucha cautela de no tropezarme con uno de los adoquines azules que sobresalían de forma irregular a cada paso; o peor, con un mal encarado [3]putero de los muchos que frecuentaban aquella calle. Decidí calzarme mis zapatillas porque mis pies estaban empezando a resentirse de la dureza de los adoquines. No había conseguido recorrer ni 200 metros cuando un chino con aspecto de película de Fu Manchú me cortó el paso y me preguntó que si estaba buscando trabajo, él regentaba un bar y me podía ayudar. De nuevo, la curiosidad pudo más que el miedo a [4]meterme, en este caso, en la boca del dragón.
Me dijo con muy buen inglés, pero con cierto deje de su idioma materno, que sería muy bien pagada y no tendría que preocuparme nunca más de la crisis. Su negocio estaba allí mismo, en uno de los callejones que salían de Little Lon. Nada más entrar supe que estaba siendo víctima de un juego de prestidigitación, ya que nada parecía lo que era: la tienda tenía aspecto de ser un negocio de avituallamiento, con sacos de arroz y pasta y botellas de lo que parecía ser un licor, y había que pasar por ella para, a continuación, bajar por unas escaleras a un habitáculo subterráneo. Las escaleras estaban mal alumbradas y eran estrechas. Una vez abajo, pude observar que la habitación no era muy grande pero lo suficiente para albergar a unas quince personas en camastros tirados por los suelos. Entre el denso humo y la oscuridad,-unos farolillos chinos de color rojo alumbraban el local- apenas podía discernir lo que allí se estaba cocinando. Una vez acostumbrada a la penumbra, empecé a descubrir los rostros de mirada perdida de los hombres, sus cuerpos pesados dispersos por los camastros, las largas pipas en forma de cilindro con el pequeño cuenco hacia el final de las mismas que dejaban reposar en el suelo sus manos mortecinas, el amargo olor de sudor y sustancia prohibida.
Estaba en un fumadero de opio en el Melbourne del siglo XIX, donde posiblemente se traficaba además de con droga, con mujeres blancas. Empecé a preocuparme cuando el supuesto dueño del local, el chino que me había invitado a entrar, me dijo que esperara allí porque tenía que avisar a sus clientes. Me preguntó mi nombre y la edad que tenía. Le mentí en todo, claro. Ahora tenía que pensar, y rápido, la manera de salir ilesa de aquello. Me senté en un rincón, en el suelo, al lado de un hombre que parecía dormitar, y vi como el chino le susurraba a otro chino más joven algo al oído. Después de que desapareciera el dueño, el más joven se acercó a mí, en su mano llevaba una pipa de opio y me la ofreció, al rechazarla, me sujetó fuertemente de la muñeca y me dijo que tenía que fumar. No me quedó más remedio que actuar: mientras me sujetaba la muñeca izquierda, levanté mi brazo derecho doblándolo hacia arriba, de tal manera que dirigí mi codo de forma descendente hacia sus pómulos, lo rematé ya en el suelo con el pie. Quedó tan desfigurado que ni su madre lo iba a poder reconocer. Por fin había puesto en práctica mis años de formación de karateka.
Corrí hacia las escaleras y las subí de tres en tres, por fortuna la puerta de la entrada estaba abierta y, esta vez, sin ningún miedo de que pudieran fijarse en mí, salí corriendo y ya no paré hasta encontrarme en el mismo punto por donde salí a este otro mundo. Allí no había puerta que fuera reconocible, pero igualmente, hice como si la hubiera y al dar el paso hacia adelante me encontré de nuevo en el edificio que alberga hoy El Patio Spanish Language School. Me quité de inmediato el ridículo vestido que llevaba, me toqué el cuerpo para ver si era real o estaba soñando, y salí del edificio con el sentimiento de que había vuelto a nacer otra vez. Si te preguntas si he intentado de nuevo cruzar la dichosa puerta al pasado, te diré que no he tenido el valor.
Me despido de ti y espero que tu juicio sobre mi salud mental no sea muy severo.
Andrea Rumbold
[1] Ejercer la prostitución.
[2] Se puede ver uno en la parte dedicada a Little Lon en el Museo de Melbourne
[3] Putero: dícese del varón que paga por tener sexo.
[4] La expresión “meterse en la boca del lobo” significa meterse en una situación peligrosa, de riesgo. En este caso hemos cambiado el lobo por el dragón.
She explained that she was also responsible for charging my clients and that, in return, I would be given a part from which my board for the room would be deducted. In that deduction would be included the cost of a pair of laced ankle boots that I was to rent until I could buy some of my own. And so, in a hurry, she told me to go [1]work the street, since there was no time to lose, but not before giving me a sort of [2]ring-shaped device, made of bone, similar to today's diaphragms, for me to insert into my vagina. This too would be deducted from my salary, of course.
I left as soon as I could without the slightest intention of ever putting a foot back in the brothel, leaving the ring-shaped device and the boots behind. I crossed the street. Now I really was determined to get back to the door, which, with a little luck, would take me back to my time. I walked quickly and, at the same time, very cautiously so as not to trip over the blue pavers that jutted irregularly at each step; or worse, so as not to cross paths with one of the many mean-faced punters [3](puteros) who frequented that street. I decided to put my sneakers back on because my feet were beginning to feel the hardness of the cobblestones. I had hardly been able to walk 200 meters when a Chinese man who looked like he was out of the film Fu Manchu blocked my path and told me that if I was looking for a job, he ran a bar and could help me. Again, my curiosity won out over my fear to follow him – in this case, into the mouth of the dragon[4].
In very good English, but with certain vestiges of his mother tongue, he said to me that "I would be very well paid and wouldn’t have to worry about the economic crisis anymore." His business was right there, in one of the alleys that came out of Little Lon. As soon as I entered I knew that I was the victim of sleight of hand, since nothing seemed to be what it was: the store looked like it dealt in provisions, with sacks of rice and pasta and bottles of what looked like a kind of liquor, and I had to pass through the store to go downstairs to an underground cabin. The stairs were dimly lit and narrow. Once downstairs, I could see that the room wasn’t very large but was large enough to house about fifteen people in the hard beds that were laid out on the floor. Between the dense smoke and the darkness – a few red Chinese lanterns lit the place – I could barely discern what was being cooked up there. Once I got used to the gloom, I began to make out the lost gazes of the faces of men, their heavy bodies scattered about on beds, long cylindrical pipes with a little bowl towards the end of them that their pale hands rested on the floor, the bitter smell of sweat and of a forbidden substance.
I was in an opium den of nineteenth century Melbourne, where aside from trafficking drugs, white women were also sold. I started to get worried when the supposed owner of the premises, the Chinese man who had invited me in, told me to wait because he had to let his clients know I was there. He asked me my name and how old I was. I lied to him about everything, of course. Now I had to think, and quickly, about how to get out of all this unharmed. I sat in a corner, on the floor, next to a man who seemed to be in a slumber, and I saw the Chinese man whispering something in the ear of another younger Chinese man. After the owner disappeared, the younger one approached me. In his hand he carried an opium pipe and offered it to me. When I refused it, he held me tightly by the wrist and told me that I had to smoke. I had no choice but to act: while he held my left wrist, I lifted my right arm bending it to direct my elbow downward to his cheekbones, I finished him off on the floor with my foot, disfiguring him in such a way that even his mother wouldn’t be able to recognize him. I had finally put into practice my years of karate training.
I ran to the stairs and climbed them three by three. Fortunately, the entrance door was open and, this time, without any fear, I ran and kept on going until I reached the place where I came out into this other world. There was no recognisable door, but all the same, I acted as if there was, and as I stepped forward I found myself once again in the building that today houses El Patio Spanish Language School. I immediately removed the ridiculous dress I wore, pinched myself to see if it was real or if I was dreaming, and left the building with the feeling that I had been born again. If you’re wondering if I have tried to enter that ever-so-lucky door to the past again, I can say that I haven’t had the courage to find out if it would take me to the nineteenth century again.
I’ll say goodbye and I hope you don’t judge my mental health too severely.
Andrea Rumbold
[1] Carry out prostitution
[2] You can see an example of this device in the part dedicated to Little Lon in the Melbourne Museum.
[3] Putero: one who pays for sex
[4] The expression "get in the mouth of the wolf" means getting into a dangerous situation, risk. In this case wolf has been changed to dragon.
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By Ana Ruiz, translation by Craig Burgess
March 12, 2018
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